El Fonógrafo

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martes, 30 de septiembre de 2008

El Tren de la Vida.





La vida no es más que un viaje por tren: repleto de

embarques y desembarques, salpicado de accidentes,

sorpresas agradables en algunos embarques, y profundas

tristezas en otros.

Al nacer, nos subimos al tren y nos encontramos con algunas

personas las cuales creemos que siempre estarán con nosotros

en este viaje: nuestros padres.

Lamentablemente la verdad es otra. Ellos se bajarán en alguna

estación dejándonos huérfanos de su cariño, amistad y su compañía

irreemplazable. No obstante, esto no impide a que se suban otras

personas que nos serán muy especiales.

Llegan nuestros hermanos, nuestros amigos y nuestros maravillosos

amores. De las personas que toman este tren, habrá los que lo hagan

como un simple paseo, otros que encontrarán solamente tristeza

en el viaje, y habrá otros que circulando por el tren, estaran siempre

listos en ayudar a quien lo necesite.

Muchos al bajar, dejan una añoranza permanente; otros pasan tan

desapercibidos que ni siquiera nos damos cuenta que desocuparon el asiento.

Es curioso constatar que algunos pasajeros, quienes nos son tan queridos

se acomodan en vagones distintos al nuestro. Por lo tanto, se nos obliga

hacer el trayecto separados de ellos. Desde luego, no se nos impide que

durante el viaje, recorramos con dificultad nuestro vagón y lleguemos

a ellos, pero lamentablemente, ya no podremos sentarnos a su lado pues

habrá otra persona ocupando el asiento.



No importa, el viaje se hace de este modo; lleno de desafíos, sueños,

fantasías, esperas y despedidas... pero jamás regresos.

Entonces, hagamos este viaje de la mejor manera posible.

Tratemos de relacionarnos bien con todos los pasajeros, buscando en

cada uno, lo que tengan de mejor.

Recordemos siempre que en algún momento del trayecto,

ellos podrán titubear y probablemente precisaremos entenderlos

ya que nosotros también muchas veces titubearemos,

y habrá alguien que nos comprenda.

El gran misterio, al fin, es que no sabremos jamás en qué estación

bajaremos, mucho menos donde bajarán nuestros compañeros,

ni siquiera el que está sentado en el asiento de al lado.

Me quedo pensando si cuando baje del tren, sentiré nostalgia.


Creo que sí. Separarme de algunos amigos de los que me hice en

el viaje será dolorido. Dejar a que mis hijos sigan solitos,

será muy triste. Pero me afierro a la esperanza de que,

en algún momento, llegaré a la estación principal y tendré la

gran emoción de verlos llegar con un equipaje que no tenían

cuando embarcaron.

Lo que me hará feliz, será pensar que colaboré con que el equipaje

creciera y se hiciera valiosa.

Hagamos con que nuestra estadía en este tren sea tranquila,

que haya valido la pena. Hagamos tanto, para que cuando llegue

el momento de desembarcar, nuestro asiento vacío, deje añoranza

y lindos recuerdos a los que en el viaje permanezcan.

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