"Luis Arturo repetía noche tras noche el mismo itinerario, recorrer el centro de Lima, con paso indeciso y en su mente aún resonaban las melodías de James, algo envejecido del alma y es que la soledad había representado para él un otoño prematuro, su cabello desordenado aún mantenía el brillo de los días en que mostraba su sonrisa o tenía el comportamiento travieso de un niño, ahora sus ojos apagados miraban muy lejos, más allá de la vida misma, por momentos mostraba una luz en ellos, pero era la luz que trae una lágrima cuando nace, sus ojeras eran señal de las eternas madrugadas rumiando recuerdos, su hablar era sosegado, sus palabras llenas de lecturas nocturnas y su alma triste y melancólica.
¡Y cuán triste se volvía también Lima, aquellas noches de llovizna y frío!. Luis Arturo tenía la costumbre de sentarse a las gradas de las puertas de la catedral cuando el sol caía, llevaba en sus bolsillos una bolsa con maíz para las palomas, las veía revolotear y miraba ese paisaje de las casonas limeñas, tan de ayer, Lima la gris, se llena por las noches de almas en pena, tan oscuras como las calles, y la arquitectura confeccionada como para sus sueños, era maravilloso ver la Luna sobre la casa presidencial y ver las esculturas en la catedral, cuál gárgolas vivientes. Su mala fortuna merecía ese marco sórdido, también Lima encarnaba sus pesares, Lima era una ciudad muerta, transitada por subespecies, Lima ya era un eco del pasado, todo se fundía en un mismo destino, era Lima la muerta y su soledad latente.
Aquella noche mientras caminaba al azar, le invadió un sombrío recuerdo que emergía de la fuente y del chorro de agua de la plaza San Martín. En aquella soledad de esa noche otoñal en que el viento barre las hojas sintió la necesidad de preguntar algo.
- Dímelo Jorge ¿cómo esta Marieu?
- Luis, no te hubiese contado nada... Esta linda.
- Dime ¿te preguntó por mi?
- Ya te lo dije Luis, ni te mencionó.
“Ni te mencionó” Cuanto daño pueden hacer esas tres palabras. Cuantos sueños puede romper esta respuesta que siempre esperó, le entró por un oído y se estacionó en su mente para explotar como mil petardos y Luis Arturo ya no quiso llevar jamás el mismo nombre, se quedó con ganas de dar libertad a esas lágrimas.
De pronto, mientras trataba de reconstruir con el espíritu fijo y tenso, como hurgando dentro de si mismo los amados rasgos, vio una joven que se dirigía hacía él. Al verla se detuvo como paralizado instantáneamente, pasó junto a él. Luego dio vuelta atrás y emprendió la persecución. Mientras recordaba a Marieu, vio que sus cabellos tenían el brillo de su amada, pero... el laberinto cretense que suele ser Lima, las calles brumosas y el pandemónium desatado en su mente hicieron que la perdiera de vista. Había desaparecido sin que supiera por cuál de aquellas calles buscarla.
Se detuvo, mirando a lo lejos, escudriñando el vacío de la noche, con lágrimas que le reclamaban ver la ciudad y con las melodías de James en las luces de las casas.
Ya en casa se miró al espejo y se dijo resignado: “¡******!que rápido me crece la vida”.
¡Y cuán triste se volvía también Lima, aquellas noches de llovizna y frío!. Luis Arturo tenía la costumbre de sentarse a las gradas de las puertas de la catedral cuando el sol caía, llevaba en sus bolsillos una bolsa con maíz para las palomas, las veía revolotear y miraba ese paisaje de las casonas limeñas, tan de ayer, Lima la gris, se llena por las noches de almas en pena, tan oscuras como las calles, y la arquitectura confeccionada como para sus sueños, era maravilloso ver la Luna sobre la casa presidencial y ver las esculturas en la catedral, cuál gárgolas vivientes. Su mala fortuna merecía ese marco sórdido, también Lima encarnaba sus pesares, Lima era una ciudad muerta, transitada por subespecies, Lima ya era un eco del pasado, todo se fundía en un mismo destino, era Lima la muerta y su soledad latente.
Aquella noche mientras caminaba al azar, le invadió un sombrío recuerdo que emergía de la fuente y del chorro de agua de la plaza San Martín. En aquella soledad de esa noche otoñal en que el viento barre las hojas sintió la necesidad de preguntar algo.
- Dímelo Jorge ¿cómo esta Marieu?
- Luis, no te hubiese contado nada... Esta linda.
- Dime ¿te preguntó por mi?
- Ya te lo dije Luis, ni te mencionó.
“Ni te mencionó” Cuanto daño pueden hacer esas tres palabras. Cuantos sueños puede romper esta respuesta que siempre esperó, le entró por un oído y se estacionó en su mente para explotar como mil petardos y Luis Arturo ya no quiso llevar jamás el mismo nombre, se quedó con ganas de dar libertad a esas lágrimas.
De pronto, mientras trataba de reconstruir con el espíritu fijo y tenso, como hurgando dentro de si mismo los amados rasgos, vio una joven que se dirigía hacía él. Al verla se detuvo como paralizado instantáneamente, pasó junto a él. Luego dio vuelta atrás y emprendió la persecución. Mientras recordaba a Marieu, vio que sus cabellos tenían el brillo de su amada, pero... el laberinto cretense que suele ser Lima, las calles brumosas y el pandemónium desatado en su mente hicieron que la perdiera de vista. Había desaparecido sin que supiera por cuál de aquellas calles buscarla.
Se detuvo, mirando a lo lejos, escudriñando el vacío de la noche, con lágrimas que le reclamaban ver la ciudad y con las melodías de James en las luces de las casas.
Ya en casa se miró al espejo y se dijo resignado: “¡******!que rápido me crece la vida”.
Autor: ARKANHELL
ERES SOLO PARA OLVIDAR "
Nota: Gracias Luis Arturo por haberme brindado la oportunidad de leer tus textos en la página literaria donde los publicaste hace unos años, así como darme ahora la autorización para publicarlos aquí, con tu habitual generosidad: "Son tuyos Beth". Y lo quise hacer justo hoy, a punto de que tu celebres tu cumpleaños. Ójala la vida te permita seguir diciendo al preguntarte cómo estás: "Mejor...seria pecado". Como siempre, mi aprecio para el amigo y mi respeto al escritor.
*Fotografia: L.A., Lima de noche (Centro Español de Cultura)